Escribo esto el día de Reyes, una fecha que siempre me ha llenado de magia, pero que en los últimos tiempos también nos ha dado que pensar.
Reconozco que los días de vacaciones me han sentado muy bien y me están llevando a momentos de reflexión muy profunda.
¡Lástima que estén terminando! ¡Cómo pasa el tiempo!

Te cuento 👇🏼
Como te decía, estas Navidades, con mi marido, decidimos comprar solo lo justo y necesario, tanto de comida como de regalos.
Fue una decisión deliberada, casi un acto de resistencia en un mundo que gira en torno a lo material, pero si te soy sincera, esta reflexión no surgió de la nada.
Hace unos días, recibimos una noticia que nos sacudió profundamente: a un amigo muy cercano le han diagnosticado una enfermedad grave.
El impacto fue brutal, como un recordatorio repentino de lo frágil que es todo.
Y en medio de ese torbellino de emociones, no he podido evitar hacerme algunas preguntas que ahora quiero compartir contigo.
Vivimos en un mundo profundamente materialista.
Nos enseñan que lo importante es lo que poseemos, lo que acumulamos, lo que mostramos al mundo.
Pero cuando ya no estemos…
¿Qué quedará de todo eso?
Nadie recordará cuántas cosas teníamos o cuánto valía nuestra casa.
Por ejemplo, no recordaremos lo que nos han regalado o comprado en Navidades o durante el año, sino los momentos que hemos compartido y la huella que dejaron en nosotras.
Si fuimos amables, si reímos, si bailamos sin miedo al ridículo, si hicimos sentir a alguien que su vida era un poco más luminosa por habernos conocido.
Eso va a ser lo importante:
Todo lo que podamos vivir en el momento presente.
Y…
Las relaciones que hemos establecido con otras personas y los momentos de calidad que pasamos junto a ellas.
Y es lo único en lo que deberíamos estar fijándonos.
Y sin embargo, seguimos atrapados en este engranaje que se empeña en decirnos lo contrario.
Nos bombardean con mensajes que nos incitan al consumo, que nos hacen creer que el valor de una vida está en lo que tenemos, no en lo que somos.
Es una trampa terrible en la que hemos caído sin darnos cuenta, porque ya nacimos en un mundo que funciona así.
Un mundo que conocemos y que no cuestionamos.
Y hoy quiero proponerte un ejercicio.
Cierra los ojos por un momento y pregúntate, con honestidad:
Si hoy fuera tu último día, ¿te irías en paz? ¿O tendrías algo pendiente, algo que no has dicho, hecho o vivido?
Evidentemente si pensamos en términos materiales, siempre tendremos la sensación de que nos quedan cosas por hacer.
Pero si quitamos al EGO de la ecuación…
¿Qué es eso aquello tan esencial e imprescindible para ti que no te estás dando?
Y si ya lo sabes, ¿a qué estás esperando?
La verdad es que no necesitamos que un diagnóstico o un aviso nos pongan una fecha límite.
Desde el momento en que nacemos, sabemos que nuestra vida aquí es finita.
Algún día regresaremos al lugar del que vinimos, al todo.
Pero en el ajetreo del día a día, lo olvidamos.
Nos perdemos en pequeñeces, en cosas materiales que nunca llenan los vacíos profundos.
Al final, lo que importa son las relaciones humanas.
Lo que sentimos y compartimos, las risas, las lágrimas, los momentos que se quedan grabados en el corazón.
No hay riqueza más grande que esa, ni mayor legado que el amor que hemos dado.
Esta semana post Navidad, mientras guardamos los adornos para el próximo año, te invito a hacer esta reflexión conmigo:
¿Qué es lo que realmente importa en tu vida? ¿Y qué vas a hacer al respecto?
Espero que te resuene ✨
Feliz fin de semana ❤️
Puedes dejarme tus comentarios si te apetece. Nos leemos el jueves que viene.