He vivido durante muchos años sin preguntarme nada de forma real y consciente. Cuando quería conseguir una meta en mi vida, por ejemplo, encontrar un trabajo mejor, conocer una pareja, amistades, o comprar un piso, no me hacía ninguna pregunta. Actuaba por inercia. Por mis esquemas mentales. Porque se supone que debía ser así.
Hice la selectividad y me tocó escoger una carrera universitaria. En ese momento no tenía nada claro, así que hice una lista de carreras que me interesaban y me pregunté qué salidas laborales tenían. Opté por estudiar Psicología porque pensé que tendría más posibilidades de encontrar trabajo al terminar la carrera, que estudiando Historia del arte. Y eso hice.
Al terminar la carrera busqué trabajo. Como no encontraba ninguno relacionado con mi área de estudio cogí el primero que se me presentó. Y fui saltando de un trabajo a otro durante un tiempo. Hasta que me harté y me planté. Había dedicado mi tiempo y esfuerzos en estudiar una carrera, un posgrado y un máster. Tenía que encontrar trabajo sí o sí de psicóloga. Y lo encontré.
Lo mismo me ocurrió con las parejas. Se suponía que debía encontrar pareja, casarme, tener hijos. Pero ninguna pareja de las que tenía me terminaba de convencer, aunque yo me engañaba y me autoconvencía de que ese era el camino. Y así fue como conseguí quedarme atrapada en relaciones que me desgastaron y me alejaron todavía más de mí misma.
En todas estas situaciones vivía por inercia. Por lo que había aprendido o me habían dicho. En ningún caso me cuestionaba nada que no estuviera relacionado con la pura supervivencia (tenía que conseguir un trabajo para no morirme de hambre). En mi cabeza existían unos esquemas que tenía que seguir. Y yo como buen ascendente Aries que soy, p’alante que iba.
Hasta que un día todo cambió. Comencé a hacerme preguntas. Parecerá muy manido, pero hacía años que no me preguntaba quién soy o hacia dónde voy. Mi vida estaba tan a la deriva que me vi obligada a sacudirme hasta los cimientos. Ahora mismo, al escribir estas palabras, he recordado la desagradable sensación de hace unos años de estar ahogándome en tierra firme. De no saber por qué estaba haciendo las cosas.
Y esa fue la primera pregunta que apareció. ¿Por qué? Por qué yo. Por qué a mí. Por qué estaba sintiendo eso. Por qué no podía seguir por ese camino. Cuando te preguntas por qué, las respuestas tampoco es que sean muy variadas. Con facilidad se puede responder porque sí o porque no. Y quedarte tan ancho.
Entonces empecé con ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Dónde voy? ¿Qué me gusta? ¿Qué aficiones tengo? ¿Qué quiero? ¿Me quiero? ¿A quién quiero? ¿Qué significa para mí? Y podría seguir.
Me atrevería a decir que cuando empiezas a preguntarte y a cuestionarte es algo que nunca termina, así que aquí sigo, inmersa en el maravilloso proceso del crecimiento personal.
Pero de la pregunta que de verdad quería hablarte es ¿Para qué?
Cuando me propongo algo utilizo esta pregunta como brújula. Por ejemplo. He decidido conseguir vivir de escribir y vender novelas. Ese es el objetivo a largo plazo por el que yo he respondido mi para qué. Perfecto. Pero es que todo lo que vaya relacionado con este objetivo, los pequeños pasos que voy a tener que ir dando, también responden a un para qué. Y tenerlo claro me ayuda a no rendirme.
Sigamos con estos ejemplos. Decido apuntarme a un concurso de relatos. Si me quedo solo con la pregunta por qué, mi respuesta es porque quiero ganar (mi ascendente Aries siempre tan competitivo). Si no gano me frustro y me desanimo. Y me da un motivo para rendirme. En cambio, si tengo claro para qué me apunto a un concurso de relatos, las opciones de respuesta son más amplias. Podría apuntarme simplemente para tener un aliciente para escribir o porque escribiendo es como se aprende, y tomármelo como una oportunidad de aprendizaje. Y con eso no quiero decir que para mí no sea importante ganar. Si gano mejor. Pero no es lo único que quiero conseguir.
¿Ves la diferencia? Mi ejemplo se puede extrapolar a cualquier cosa que te estés proponiendo. Hace poco una amiga me explicaba que le habían ofrecido un cambio de trabajo y había estado pensando para qué quería aceptarlo. ¿Era por el dinero? ¿Por el aprendizaje? ¿Para tener más experiencia? ¿Para tener más contactos? ¿Por el estatus? Tenerlo claro la ayudará en su camino laboral a tener claras sus prioridades y a no perderse en la vorágine del día a día y del hacer.
Esta pregunta te permite para y pensar. Analizar y reflexionar. Es una buena herramienta que intento aplicar en mi vida. Y te invito a que lo pruebes y me cuentes.